23 de octubre de 2008

Obertura del Microcentro

Colgó el teléfono y se dirigió al pasillo a tomar el ascensor. Saludó al guardia de seguridad e improvisó unas líneas de conversación genérica, no conflictiva, mientras esperaba. Golpeó suavemente el suelo con su pie derecho y miró hacia el techo de la misma forma que lo hacía todas las noches a esa misma hora.

La noche y su silencio invitaban a caminar hasta que ya no hubiera pensamientos, solo impulsos. Las calles desiertas le recordaban que no había nadie esperándolo, solo gente en otro lugares y con otros afectos. Ya se había sentido así anteriormente, rebobinando constantemente a momentos que parecían mejores, preguntándose si valía la pena vivir deseando que llegara el final del día.

Cenó un plato de fideos, el mismo que no había querido tocar la noche anterior. Se sentó a ver televisión, más bien a cambiar canales. Todo era igual de monótono y predecible. Finalmente, se acostó a dormir rendido.

A las seis de la mañana sonó el despertador.

1 comentario:

lahijadelsilencio dijo...

Lamentablemente es moneda corriente para muchas personas sentirse así. La vida rutinaria, solitaria, vacía.
Un circulo infinito, un circulo que nunca pero nunca termina