28 de octubre de 2008

Manuale di survivalismo

Es como muchas fotos pasando rápido, de esas que uno ve en una pantalla y piensa "bueno, al menos fue en otro lado". Es como si nada de esto existiera. El humo irrita mis ojos, mis pies definitivamente duelen más de lo que deberían. Puedo sentir como me empujan, como me clavan las uñas. Mis palmas chocan los adoquines, veo brotar la sangre. Me sorprende cada vez que sucede.

Escucho gritos a lo lejos, no puedo pensar en eso ahora. El aire comienza a dañarme, cada paso es un lujo. Seis segundos es demasiado y muy tarde. Solo queda este momento, todo lo demás es equipaje innecesario. Desearía poder salvarte, pensé que llegado el caso lo haría. Teoría muere en realidad, tan solo buenos deseos. Siempre estarán los recuerdos.

Este acantilado no tiene sentido. Ya lo salté anteriormente, nunca me libera. Somos solo el océano y yo. Soy parte de la corriente, el viento y la noche. Las estrellas me observan, como si tuvieran la respuesta a todo. Saben que lo sé y se entregan al silencio. No están acá para eso, tan solo soy otro humano.

Si tiene que ser, va a ser a mi manera. No se va a ir de mi control. Me hundo. Me inundo. Soy totalmente consciente de lo que estoy haciendo. Siento miedo y alivio. Es todo como esperaba, lo supe todo este tiempo.

Observo el paisaje y lo guardo como un tesoro, ya nada me preocupa.

27 de octubre de 2008

La redundancia de la amnesia

Me pregunto que se siente cargar nafta en un auto, nunca lo hice, no sé manejar. Tampoco sé si la vida en un barco es mejor o peor. Una vez, me subí a la Fragata Sarmiento, pero fue hace mucho tiempo, tenía ocho años creo, y lo único que me interesaba era sentarme cerca de la chica que me gustaba. Nunca me presto mucha atención que digamos, pero bueno, a esa edad uno no pretende mucho más que sentarse al lado, es solo tiempo después que el asunto se pone más complejo.

Sentirse miserable me recuerda a esa gran frazada que nos tapaba cuando teníamos miedo a los monstruos en el cuarto, cuanto más cambian las cosas más nos invade lo mismo. La oscuridad es un refugio odioso, pero tan cómodo que cuesta mucho abandonarlo. Sé una cosa o dos acerca de eso, siempre me estoy yendo y sin embargo parece que siempre diera el mismo paso. El eterno karma de lo malo conocido, lo repetido, lo que pueda suceder y la eterna implosión.

Es como un cuarto espejado, mirando siempre lo mismo desde distintos lados. La puerta esta lejos y a veces me pregunto si perdí la llave a propósito. No es tan raro, hay gente que lo hace, les gusta, les da un motivo y propósito al cual aferrarse en la vida. Si la encontraran vendría algo nuevo y quien sabe de qué se trata. Mejor seguir así, buscando eternamente, al menos no hay sorpresas ni se suman dolores ¿Supongo que piensan eso, no?

Espero acordarme donde deje la llave.

23 de octubre de 2008

Obertura del Microcentro

Colgó el teléfono y se dirigió al pasillo a tomar el ascensor. Saludó al guardia de seguridad e improvisó unas líneas de conversación genérica, no conflictiva, mientras esperaba. Golpeó suavemente el suelo con su pie derecho y miró hacia el techo de la misma forma que lo hacía todas las noches a esa misma hora.

La noche y su silencio invitaban a caminar hasta que ya no hubiera pensamientos, solo impulsos. Las calles desiertas le recordaban que no había nadie esperándolo, solo gente en otro lugares y con otros afectos. Ya se había sentido así anteriormente, rebobinando constantemente a momentos que parecían mejores, preguntándose si valía la pena vivir deseando que llegara el final del día.

Cenó un plato de fideos, el mismo que no había querido tocar la noche anterior. Se sentó a ver televisión, más bien a cambiar canales. Todo era igual de monótono y predecible. Finalmente, se acostó a dormir rendido.

A las seis de la mañana sonó el despertador.

21 de octubre de 2008

Las moscas

La humedad del techo parece dibujar mapas enteros en su superficie y las moscas juegan a que hacen turismo, volando de continente en continente. Cada tanto muere alguna. Cosas que suceden, al resto de ellas no parece importarles mucho. Vuelan, se posan en algún lado, cagan y así van hasta que les toca el turno de ser reventadas por un diario o tal vez un insecticida si es su día de suerte.

El mozo del bar ha hecho la razón de su vida de todo este exterminio. Pocas veces vi una persona expresar tanta pasión por una causa. La manera en que su rostro se transforma al divisarlas, el estallido de ira en cada golpe y su exagerada frustración cuando escapan es solo comparable al estado eufórico que experimenta al acertar el impacto. "¡Tomen putas!" Grita desaforado mientras agita su puño en alto, ante la aprobación de varios borrachos con nada mejor que hacer un martes por la tarde.

Apuro el bocado de mi napolitana y me pregunto si sabrá que a su enemigo no le importa todo este despliegue, que esta combatiendo un bicho cuya triste misión en el mundo es llevar mierda de un lado al otro para después morirse. No somos tan distintos de las moscas, la única diferencia es que cuando nosotros entregamos el documento alguien tiene que pagar el velorio y el resto se mata por la miseria que haya de herencia.

Mientras me pierdo en mis pensamientos, puedo observar como una de ellas se posa en mi mesa, se siente segura, sabe que no soy como los otros.

Un certero golpe la deja irreconocible.

Mosca pelotuda, con la comida no se jode.